Querido lector:
Si estás aquí es porque eres una persona preocupada. Un ser ecológicamente consciente.
Andas buscando alternativas y caminos que acallen esa voz interior, machacona, que no para de tirarte dardos envenenados cada vez que haces o compras algo que contribuye a matar el planeta.
Se llama conciencia.
Y está muy bien que nos acribille.
También suele hacerlo cuando a nuestras pantallas se asoman imágenes espeluznantes, como la de ese oso flotando en un trozo minúsculo de iceberg en medio de un enorme océano de aguas heladas; o esa otra, donde se ven los fondos marinos plagados de basura plástica y una tortuga asfixiándose con una bolsa. O aquellas, tremendas, del Amazonas ardiendo… las de animales sufriendo, hacinados y atrofiados, sin nunca ver la luz del sol, en granjas de explotación que para ellos no son más que el mismo infierno… peces boqueando en la orilla de un río negro, infectado por vertidos.
¿Te suenan?
Deja que tu conciencia te grite. Y escúchala.
¡Hay tantas conciencias que deberían despertar de su letargo! Porque, a día de hoy, la triste realidad es que nuestro ritmo actual de consumo, aparte de cruel y egoísta, necesitaría contar con otro planeta más para ser abastecido.
Pero no hay un planeta B.
Párate a pensarlo:
- a nivel mundial, la agricultura y la ganadería intensivas son responsables del 60% de la pérdida de biodiversidad.
- la industria alimentaria produce, ella solita, una tercera parte de los gases responsables del calentamiento global.
- sólo la ganadería es responsable de tantas emisiones como las que emiten todos los coches, trenes, aviones y barcos del mundo juntos.
Esto, son sólo tres ejemplos de algunas de las consecuencias que implica alimentarnos.
Súmale más basura:
- se estima que en el año 2050 habrá más plásticos que peces en los océanos.
- sólo se recicla un 9% de los plásticos que generamos.
- se están produciendo, cada segundo, 160.000 bolsas de este tóxico material, cuando hay alternativas viables medioambientalmente a esta producción dañina.
Y ahora, añádele la polución diaria, que llega incluso a provocar que respirar en algunas ciudades no sea seguro para la salud, o que 1 de cada 8 personas que mueren en el mundo lo haga por causas determinadas por la contaminación del aire, o el nivel de la contaminación extremo que sufre el aguas debido a la industria y la sobreexplotación acuífera…
Con estos ejemplos ya es suficiente para lanzar una pregunta. Sólo una:
¿Qué estamos haciendo?
Basta ya.
Paremos. Sino, tampoco habrá planeta A.
Cambia el mundo a nivel individual para que el cambio sea, primero, local, y después, global
Tal y como reza el título de este artículo, lo que haces determina lo que eres.
Y no valen excusas del tipo “da igual lo que yo haga si los demás siguen actuando igual”.
No señor. De hecho, y viendo la inactividad por parte de nuestros gobernantes y mandatarios, la respuesta a tanta burrada y tanto daño (innecesario) al medio ambiente es, sí o sí, la de la acción individual.
Puede que una sola persona no consiga nada, pero cientos, miles, millones, cambiando pequeños gestos que acercan a un consumo responsable, pueden cambiar el mundo tal y como está montado: si muchos se convierten en mayoría, la industria tendrá que renovarse. O morir. Y dejar paso a formas de comercio y producción que apuesten por el beneficio circular, por las políticas verdes y por cuidar el mágico y maravilloso lugar donde hemos tenido la suerte de posar el culo.
¿Qué cosas son las que se pueden cambiar a nivel individual que cambiarán el mundo?
Se trata de pequeños gestos, hábitos, costumbres, necesidades…que tenemos cada día.
Cambiar algunas te costará más que otras.
Muchas te parecerán tan simples que no entenderás porqué no las aplicaste antes.
Y la mayoría llevan años apareciendo en tu vida pero la realidad acelerada y consumista imperante no te ha dejado escucharlas y, por eso, no te has encariñado practicándolas.
1. Más frutas, verduras, cereales y legumbres para un mundo más verde
Reducir el consumo de carne es un reto esencial que debería convertirse en hábito.
Más de la mitad de la carne de los animales que diariamente se asesinan en mataderos, provenientes de la ganadería intensiva, va directamente, desde la nevera de las grandes superficies, a la basura. Y envuelta en plásticos que el planeta nunca conseguirá eliminar.
Según la ONU, sólo la carne que se tira en un año equivaldría, en peso, a 75 millones de vacas.
Sin embargo, existen muchísimas alternativas para ingerir proteínas de calidad sin necesidad de recurrir a la carne. Legumbres, verduras, cereales, frutos secos, semillas…también son fuente de proteínas. Eso sí, vegetales. Pero éstas no tienen nada que envidiarles a las proteínas animales. Más bien debería ser al revés.
Tranqui, nadie está hablando de que suprimas así, drásticamente, tu hábito de comer carne. Bueno, en realidad, vegetarianismo y veganismo si persiguen ese fin pero, si no es tú rollo, no pasa nada.
No hace falta ser estricto ni renunciar a los placeres culinarios que proporcionan un chuletón o un buen pescado: bastará con que reduzcas tu consumo carnívoro a un par de días a la semana y con que te molestes en comprar carne de proximidad, con certificado ecológico, sin procesar y procedente de ganadería extensiva o de la pesca tradicional.
Piensa en el sufrimiento de millones de animales, cada día, para nada.
¿Es eso ético?
¿No merece la pena apostar por la ecología y el bienestar animal y dejar de torturar, sólo para satisfacernos, a otras especies?
Si el argumento bioético del especismo no te convence piensa que, a pesar del derroche diario de carne, en el mundo padecen hambre 821 millones de personas y, entre ellos, más de la mitad son niños y niñas.
Considerando algo tan grave, lo de reducir la carne y mirar bien dónde la compras… ¿te parece muy complicado?
2. Come alimentos locales, de proximidad y de temporada
Si empiezas a rechazar aquellos alimentos que proceden de lugares lejanos contribuirás a disminuir notablemente tu huella ecológica.
Fíjate en las etiquetas de lo que compras y prioriza siempre los productos que se hayan cultivado o generado más cerca de ti.
En España tenemos un clima y una situación privilegiados para cultivar de forma rica y variada y, sin embargo, acabamos comprando tomates o aguacates que han recorrido más mundo que tú y que yo juntos para llegar hasta tu nevera.
¿Por qué?
Un gesto tan simple como dejar de comprar tus frutas y verduras en una gran superficie y acudir a proveerte de ellos a mercados o colmados ecológicos te ayudará a estar más cerca de lo que comes y a apoyar a productores locales, cooperativas y espacios donde se da valor al buen producto que nace de no dañar la tierra.
También puedes montar tu propio huerto, si dispones del espacio o el terreno necesarios.
Cuanto de más cerca vengan los ingredientes de tus platos, cuanto menos tóxicos acumulen y los envuelvan, mejor sabrán y mejor le sentarán a tu salud.
3. Únete al movimiento zero waste
Producimos y consumimos plástico por encima de las posibilidades que el pobre planeta tiene.
Esta es una triste realidad que nos aplasta cada día y que, o deja de ser realidad, o terminará con nosotros y con toda la biodiversidad y naturaleza que aún queda en pie.
Gestos tan simples como acudir a comprar con bolsas de tela, comprar legumbres y cereales a granel, hacerse con envoltorios ecológicos para la cocina, o comprar jabones sólidos en sustitución de los de bote, ayudarán inmensamente a dar un respiro al planeta.
Teniendo en cuenta que se recicla menos de un diez por ciento del plástico que se desecha, reciclar no parece ya una solución eficiente para acabar con el problema. La forma de atajarlo es rechazar el plástico y tratar de reducir su presencia lo más posible en nuestras vidas.
Las alternativas para un residuo cero ya están aquí.
Son prácticas, eficaces y hasta beneficiosas para nuestra propia salud.
Ignorarlas o seguirlas, para convertirlas en norma, es una cuestión que sólo te incumbe a ti.
Piensa un momento en esa triste berenjena que viene en una bandeja de plástico, envuelta en una bolsa transparente, de plástico, que te meten dentro de una bolsa, de plástico blanco, cuando pasas por caja.
Si no ves que esa berenjena soporta más plástico del que merece, déjanos decirte que tienes un grave problema y que en el mundo hay berenjenas alegres que están esperando impacientes (sin disfraces ni adornos de plástico alrededor suyo) a que te las lleves a casa.
Ah, y es probable que estén muchísimo más buenas.
Tú sabrás.
4. Apuesta por productos provenientes del comercio justo y del comercio ecológico
Si queremos consumir de una forma más consciente uno de los requisitos más importantes es el de apostar siempre por productos que garanticen el cuidado y la protección del medio ambiente y de la salud. Y esos son, sin duda, son los productos ecológicos y biológicos.
Uno de los principales inconvenientes que los consumidores les ponen a las alternativas ecológicas es el precio. Ya sabes: la típica monserga de que comer ecológico es más caro.
Teniendo en cuenta que aquello que los productos ecológicos llegan a nosotros libres de tóxicos, que sus estándares de calidad son más altos y que son productos que no generan sufrimiento a la tierra ni a los animales, lo que habría que preguntarse es si no son demasiado baratos los productos que no son ecológicos.
Para cosas como café o cacao, que no se cultivan en nuestro país, elige productos procedentes del comercio justo. Así, te asegurarás que su producción genera unas condiciones de trabajo justas a los recolectores y que se emplean métodos de producción y distribución respetuosos con las comunidades y el medio ambiente.
Implementando estos cuatro gestos, día a día y con la conciencia contenta, estarás haciendo ya un esfuerzo enorme en el total de esfuerzos necesarios para frenar el consumo irresponsable que aniquila el planeta, sus formas de vida, su riqueza y su belleza.
Estarás actuando contra una realidad realmente fea que debe ser cambiada para que el mundo, literalmente, no se vaya a la mierda.
Luego, sólo encárgate de propagarla, de contarle sus bondades y verdades a todo aquel que quiera escuchar.
Educa. Comparte. Siembra conciencia.
Esparce sin rubor la semilla del consumo consciente allá donde vayas. Así será ella (y no un maldito virus) la que viaje por todo el planeta de unos a otros, cambiando las rutinas y el día a día a mejor.
Cambiando el mundo.
Para que dentro de un par de siglos los nietos de los nietos de nuestros hijos sientan orgullo, y no vergüenza. Para que no nos llamen traidores.